Guillermo Zubieta, un arguedano en México
“De aquí no me sacan ni a cañonazos” Regenta un comedor y estudia otros proyecto relacionados con la agricultura
Atrás quedó su paso por las empresas conserveras y fábricas de procesador de alimentos. El arguedano Guillermo Zubieta Mozaz, de 44 años, reside en OaxacaMéxico, ciudad que es patrimonio de la humanidad, por ser ciudad colonial de mucha belleza y tener muchas pirámides prehispánicas como Monte Albán. Una ciudad del tamaño de Zaragoza donde vive junto con su mujer, la mexicana Patricia Monsell, a la que conoció en uno de sus viajes de vacaciones en el Pirineo. Guillermo Zubieta, hijo menor de los cuatro hermanos del matrimonio formado por José Antonio Zubieta Resa (fallecido) y Ana Mari Mozaz Samanes es hoy un hombre feliz en aquellas tierras, a donde llegó en agosto de 2014. Emprendedor, entusiasta y persona muy activa, este cuarentón arguedano asegura que se encuentra inmerso en varios proyectos relacionados con la agricultura, además de regentar con su mujer un pequeño comedor. “De aquí no me sacan ni a cañonazos; hay muchas cosas por hacer en esta tierra”, confiesa a través del teléfono, en una charla mantenida a mitad de mayo pasado, días antes de visitar Arguedas en sus vacaciones de junio.
-¿Por qué se marcha de su pueblo natal tan lejos? Cuando trabajaba en una de las fábricas tuve un accidente laboral en el hombro del que me costó recuperarme 16 meses. Al volver a la empresa noté que no podía hacer el mismo esfuerzo con ese hombro y que el ritmo de trabajo me sobrepasaba. Lo comenté con mi mujer, era quedarnos aquí con un sueldo para vivir ajustados económicamente, o buscar otras fórmulas. Al final, decidimos dar el paso e irnos a vivir a su tierra, en Oaxaca (México)
-¿Qué pensó de su futuro en México? Oaxaca es una ciudad donde proliferan fotógrafos y pintores. En un principio no sabía a qué me iba a dedicar. A mí la fotografía me encanta, pero para competir con esa gente tenía que hacer cursos de photoshop. Sólo daban cursos intensivos de fin de semana y entendí que no podía meterme en ese mundo en inferioridad de condiciones. Además de que hay mucho talento y aquí viven muchos de National Geographic, por su excelente clima y porque se trata de una ciudad cosmopolita.
-¿Por qué optó, entonces? Vi que en los restaurantes la txistorra es industrial y bastante mala de calidad. Me compré una máquina manual de embutir y comencé a fabricar txistorra como la hacía mi abuela en Arguedas. La ofrecía en varios restaurantes, entre ellos de nietos de españoles ya nacidos aquí, y les gustó. Me decían que les encantaba, pero… Mi mujer me decía que ese ‘pero’ en México es un no. Quizá la veían cara en relación con el precio que pagaban por la otra de peor calidad.
-¿Qué decide entonces? Montar un restaurante a las afueras de la ciudad a 11 km del centro, para introducir la txistorra, pero al cabo de siete meses no funcionó. Hay que tener en cuenta que el sueldo en esta tierra es de 75 pesos al día por 8 horas de trabajo. Traducidos a nuestra moneda son 2,95 euros. Con ese sueldo es complicado que la gente vaya a comer al restaurante. Y además ese tipo de comensales solo tienen el gusto de comer su producto del estado que es el más económico, y era una zona de clase media baja.
-Un buen arguedano nunca se rinde… Por supuesto. En octubre nos trasladamos al barrio de Jalatlaco, que está en el centro de esta bella ciudad y allí montamos un comedor. Es pequeño, sólo de tres mesas, llevamos ocho meses pero nos va muy bien y merece la pena. Ofrecemos comida a base de la txistorra de la abuela, paella de mariscos, mermelada casera y postres caseros que mi mujer prepara con buena mano. Funciona, pero hay que buscar más, porque esta tierra es muy rica.
-¿Ahora en qué piensa? Esta tierra tiene mucho por hacer. Proyectos por mi cabeza pasan muchos, pero falta tiempo. Hay un pueblo que se llama Arroyo Guacamayas. Está de donde vivimos nosotros a una distancia como de Arguedas a Peralta, pero en esos kilómetros se suben casi 1.000 metros de actitud. Allí la temperatura es de unos 5 grados más baja y tienen unas tierras impresionantes. Hay agua limpia, sol, pero sólo cultivan maíz, frijol (una especie de alubia) y algún campo de alfalfa. También hay frutales, sobre todo manzanos.
-¿Ve salida por alguna parte en esa zona? Salida toda. Les pedí unas manzanas del suelo, que no me dejaban coger y me ofrecían gratis las del árbol. Me llevé 30 kilos del suelo. Preparé 15 kilos para sidra y otros 15 para mermelada, y salió un ate de manzana (como el dulce de membrillo) que se secó en un año y es el mejor que he probado. Se las llevé a doña Inés, la dueña, y a las chicas con las que tengo en puertas un proyecto.
-¿Por dónde van ahora los tiros? Les propuse que en esas tierras se pueden cultivar alcachofas, espárragos, acelgas y otros productos de huerta. Ahí estamos. Los habitantes de ese pueblo me apoyan el proyecto, pero ahora estamos en gestiones y trámites a resolver con el Gobierno de esa zona. Espero que todo se solucione felizmente. -Se le nota optimista, contento. Estoy feliz en México. Yo digo a esta gente que de aquí no me sacan ni a cañonazos, que hay muchas cosas por hacer.
-¿Añora Arguedas? Sí, pero aquí soy feliz. Todas las semanas hablo con mi madre y me pregunta más de una vez que si no estoy a gusto que coja un avión y me vuelva a casa. Voy a ir, de visita, de vacaciones, pero después otra vez al tajo en la tierra de mi mujer.
-¿Y echa en falta las fiestas? La última vez que las vivimos fue el primer día en 2014. Después nos marchamos de vacaciones y seguido a México. Este año queríamos venir de vacaciones en agosto, pero era muy caro el viaje. Optamos en junio por economizar. Espero algún año en el futuro volver un mes en agosto para disfrutar de todas o parte de las fiestas.
Guelaguetza es una celebración que tiene lugar en la ciudad de Oaxaca, es un vocablo zapoteco que significa “dar, regalar o compartir” y el festejo se remonta a los ritos paganos que los guerreros aztecas, asentados en el Cerro del Fortín, realizaban en honor a Centéotl, la diosa del maíz, solicitándole y agradeciendo que la siembra produjera abundantes cosechas.